25 abr 2009

Lealo antes que nadie.

Pedro Parado.

Daniel “Jericallo” Ramos

En un lugar de Comala, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo vivía un tal Pedro Páramo. En Pedro Páramo, Juan Rulfo, narra de manera “paralelamente perpendicular” y un tanto inasible la historia de Juan Preciado y Pedro Páramo. El primero llega a Comala en busca de su padre, cumpliendo una promesa hecha a su madre moribunda; en tanto las hojas pasan se dará cuenta que todos cuanto lo rodean están muertos. Al mismo tiempo se muestra, mediante analepsis, la historia de Pedro Páramo; desde que era un chaval hasta convertirse en el cacique dueño de todo Comala. La novela se haya plagada de alusiones a almas en pena y a la muerte, ¿es acaso un reflejo de la orfandad que padeció Juan Rulfo de pequeño? La muerte es un enigma y como tal siempre ha interesado al ser humano, ocupa un punto vulnerable en la mente de las personas.

“La muerte se caracteriza por el cese de las correlaciones funcionales que aseguran el mantenimiento de las constantes químicas del medio interno.”, es la forma en que se describe la muerte en el diccionario enciclopédico Océano uno color: edición del milenio (2001:1106). Esta descripción resulta un tanto anodina, pues toma aspectos meramente biológicos; se deben de considerar  vicisitudes tales como el alma, las cuales dan a la vida un rango mas allá de meros impulsos eléctricos o latidos del corazón.

El mismo diccionario en cuestión, concibe el alma  como “principio vital de los seres vivientes” (2001:67). Se forja así la idea del alma — y todo aspecto similar: chakra, chi, ki, etc. — como aquello que en verdad da la vida, esa fuerza intrínseca de los seres que les permite ser consientes; por ello al analizar las manifestaciones de los entes que Juan Rulfo relata, no se puede excluir dicho concepto. Para que una “persona” se mantenga en este mundo aun después de la muerte, se necesitaría de tal fuerza etérea; no podría sostenerse la vida solo como las reacciones químicas del cuerpo.

La primera idea de la novela dice: “Vine a Comala, porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.” En primera instancia está Comala, el lugar puede remitir a un punto cualquiera en el mapa; un pueblo olvidado incluso por Dios. El nombre Pedro Páramo dice lo mismo —incluso eludiendo el poderío que el texto relata este hombre consiguió—, un hombre que podría ser cualquiera. Vine a un lugar cualquiera en busca de mi padre, un hombre cualquiera; para enterarme que ya murió. La búsqueda del padre muerto, habla de una posible etapa de duelo sufrida por Juan Rulfo.

Beatriz y Margarita Rangel Velasco, en Psicología, establecen “El duelo es el sentimiento que se tiene por la muerte de alguien. (…) Es un proceso, algo que tiene un comienzo y un final.” (2008:75). Así mismo, establece que las reacciones hacia la muerte tienen dos diferencias con otras pérdidas: la primera es ante la irreversibilidad de ella y la segunda es la idea de enfrentarse, aquel que ha sobrevivido, ante su propia muerte.

El padre de Juan Rulfo murió cuando él tenía la edad de 6 años, a esa edad “la muerte se percibe como algo permanente y amenazador, pero no irreversible” (psicología, 2008:79). Si esta idea, debido al tiempo en que se produjo la pérdida, se mantiene a una edad adulta, no sería extraño pensar en la búsqueda de dicho familiar. El autor proyecta su ansiedad por la pérdida de una persona tan importante —como lo es el padre— con la búsqueda de él en un personaje ficticio.

En la novela, el personaje de Juan Preciado —identificable con el mismo autor— conoce a personas que no son más que recuerdos de su padre. Él, al enterarse de que ese lugar esta “muerto”, sucumbe a ello y muere atemorizado. “Eso oí que me decían. Entonces se me heló el alma. Por eso es que ustedes me encontraron muerto.” Con ello se vuelve parte de ese mismo mundo, la razón de porque el autor decide hacerlo podría hallarse en la idea de localizar a su padre en ese mundo de muertos.

Vicente Riva Palacio, en Cuentos del general, narra en su relato Un viaje al purgatorio como un hombre le promete a su compadre que al morir regresará para esclarecerle todas sus dudas en torno al más allá. “Válgame Dios, compadre, no se apure, que cuando yo muera, le vendré a dar razón. (…) No tenga usted miedo compadre y aprovéchese que me voy como se dice en las baratas.” (2002:170). El último fragmento da la idea de la efímera permanencia de los espíritus en este plano, por ello se puede entender la decisión de la muerte del protagonista; al mismo tiempo se comprende la decisión de relatar como último punto la muerte de Pedro Páramo.

Es notable la proyección de la tragedia personal de Juan Rulfo en su única novela y obra cúspide. A su vez refleja la superación de dicha ansiedad, a pesar de ser en una idea suicida; muy propia en la etapa del duelo. Juan Rulfo no era más que un niño llorón que buscaba a su padre. La ausencia del padre llega a ser tomada en una actitud colérica, por ello la imagen de Pedro Páramo no es encantadora, pletórica o impoluta; se convierte en una persona irrisible, fácil de odiar y por consiguiente de olvidar, dando la oportunidad de sencillamente ya no necesitarlo. Pedro Páramo es la muestra de cómo Juan Rulfo vaticina la superación de su propia pérdida.

“La fuerza no fluye de nosotros, fluye a través de nosotros.”